Por Enrique Ochoa Antich
En este titular resumo mi conducta hoy. Embrutecidos por la polarización, cegados por el fanatismo, algunos extremistas me acusarán de “tibio” y “colaboracionista”. Son esos que ven el mundo en blanco y negro. No ven la extensa gama de grises. Pobre gente. ¡La vida es a color! Amigos o enemigos, patriotas o apátridas, alacranes y gusanos. Lodazal de epítetos en que nos hemos sumido.
Votaré por EGU pues no puedo hacer otra cosa. Tengo la certeza de que votar por un tercero equivale objetivamente a darle un voto al régimen autoritario de partido-Estado que he combatido por un cuarto de siglo. Como he dicho, lo haré tapándome los ojos y encomendándome al Dios de mis padres. Abrasado por la calcinante duda que me causa el extremismo de ultraderecha que lo rodea. Tengo acaso la ingenua ilusión de que, en caso de una victoria de la oposición, el variado y mayoritario espacio de moderación que hace vida en y alrededor de la PUD, ayudado por siete enclaves chavistas que prevalecerán en el nuevo estado de cosas, a saber: los otros cuatro Poderes, la Fuerza Armada, veinte gobernaciones y más de doscientas alcaldías, imponga un ritmo de contemporización y negociación.
Votaré por EGU porque del otro lado me causa escozor la pretensión de imponer el predominio irreversible de una régimen autoritario de partido-Estado. No sólo de copamiento de todos los Poderes públicos por una sola fuerza política, sino de imposición de valores partidarios como si lo fueran de la nación. Por ejemplo: el culto a Hugo Chávez, a quien creo que cada vez más venezolanos consideramos el mayor destructor de nuestra institucionalidad democrática, de nuestra economía (la catástrofe que hemos padecido no ha sido obra de Maduro sino que le fue heredada por su paredro) y de nuestra sociedad. En 150 años de historia republicana no se produjo una devastación mayor. Si gana Maduro, lo que veo más que posible, quisiera confiar en que tenga la sabiduría, el buen juicio y la audacia de trastocar ese legado ponzoñoso, tanto en lo político como en lo económico y social. Una oposición democrática de Estado debe estar disponible para acompañar cualquier señal que se produzca en este sentido.
Votaré por EGU, pero no me dejo embaucar por la aviesa mentira según la cual su victoria se encuentra asegurada, en una proporción que los más irresponsables y alucinados establecen en cifras cercanas al 80/20. Ya lo he escrito y lo repito: si la abstención es de 20% (la cifra más baja en 31 años), si los “otros” candidatos obtienen 10%, si Maduro obtiene lo mismo que en 2018, 36% (y no tiene por qué no), a EGU le estaría quedando sólo un 34% del registro electoral disponible… y podría perder. 45/42 en votos válidos. Es decir, para ganar, EGU requiere que baje la abstención, que los “otros” obtengan menos de 10 y que Maduro no conserve lo que, con desabastecimiento e hiperinflación y luego de las sangrientas protestas oposicionistas del año anterior, obtuvo en 2018. En este caso, puede tener un 40% y Maduro un 30%. Subrayo que hablo siempre de porcentajes del registro electoral disponible en Venezuela, dado que hablar de cifras absolutas se basa en un imponderable que nadie conoce: los electores migrantes.
La victoria se ha hecho más difícil de lo que pudo haber sido por una sola razón: se creyó que optar por la ruta democrática era votar y ya, y que con eso el mandado estaba hecho. Olvidaron que a ella le era esencial también respetar al otro, propiciar y lograr un acuerdo previo a las elecciones con quienes detentan el poder, y suspender sanciones y amenazas. No ofrecerle cárcel al presidente. No desafiar al régimen con candidaturas inhabilitadas. No prometer la desaparición del otro. Fácil habría sido la victoria con un candidato que contara con la aquiescencia del régimen autoritario y con un detallado acuerdo previo para una transición pactada, como propusimos hasta el cansancio. Pero no se hizo.
Tengo la certeza de que un sector de la ultraderecha venezolana y mundial activó una poderosa campaña comunicacional orientada a hacer creer que la victoria de EGU sobrepasa los 30, 40 puntos frente a su principal contendor, con el maledicente propósito de no hacer creíble una eventual victoria de Maduro y del partido-Estado PSUV, lo que permitiría justificar un desconocimiento de los resultados. Con tres correlatos: acciones violentas en la calle, tal vez algunos pequeños movimientos militares y una envolvente operación de las grandes cadenas de medios internacionales, todo orientado a denunciar “fraude”… otra vez. El camarada Sísifo haciendo de las suyas: y la piedra caerá a los pies de la montaña.
Es por todo lo cual que, a horas del acto comicial, pido a lo más esclarecido del liderazgo opositor y al propio Edmundo González Urrutia, temple, reciedumbre, y no dejarse embelesar por los muy seguros cantos de sirena de los alunados de siempre. Dadas todas, todas las circunstancias que hemos registrado en estas líneas, reconocer de inmediato el resultado que ofrezca el CNE (si es unánime, claro está) es la condición de que las nuevas generaciones a las que ha de tocar la tarea de reemprender el cambio, si éste no se logra el 28J, puedan desempeñar con éxito la transformación democrática de Venezuela.
El mundo no se acaba este domingo. Conviene no olvidarlo.