Si tenemos la ocurrencia de hacer una “tomografía” de bastantes cortes a la palabra mujer, nos conseguiríamos que es un vocablo muy antiguo y con tantísima densidad socio-cultural y emocional, que desde que se formó ha ido evolucionando su estructura y en significado hasta llegar a su valor actual.
El término latino original es mulier ( blanda, aguada), que deviene al español como mujer.
Como las palabras no son neutras, en cada étimo hay implícito una carga valorativa; de tal manera que aflora con mulier-mujer una intención oculta de descalificación muy marcada, en algunas sociedades, que ellas han venido arrastrando injustamente. Deleznable fenómeno que presentaba con descarada fuerza el antifeminismo medieval, con tantos prejuicios, provocando la desigualdad entre los géneros.
Para alcanzar la equidad de género debemos, juntos y con ellas, deconstruir la cultura patriarcal que es, precisamente, donde se alojan, reproducen y perpetúan, en su mayoría las racionalidades que imponen los designios hacia el género femenino.
A pesar de muchas limitaciones socio-políticas, la mujer ha logrado reivindicarse; ha procurado sus propios reconocimientos históricos, alcanzando la igualdad de oportunidades y la equidad en el ejercicio de sus derechos, hasta transformar y hacer una resignificación de la palabra mujer. Una nueva conceptuación, y ha dejado atrás la heredad desde sus orígenes.
A nadie se le ocurriría en estos tiempos traducir dogmáticamente, mulier en latín, o mujer en español como pura emoción o blandengue, por cuanto hemos asumido por justicia una nueva articulación discursiva y carácter de dignificación para ellas.
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua.