Dr. Crisanto Gregorio León
«Ningún legado es tan rico como la honestidad».
William Shakespeare
Capítulo I
Esencia y apariencia
Las cosas y las personas, a veces no son como aparentan. Así se decepcionó Miguel Strogoff al quitar el velo de la cara de la joven que ocupaba su corazón, tal como narra Julio Verne en su obra. Sin caer en el paroxismo, tanto en los negocios, en el trabajo, en el amor, en la vida cotidiana, es menester ser precavido, porque los seres humanos no andamos por ahí escudriñando la segunda personalidad de quienes nos rodean, pero nunca está demás poner la lupa a lo que desentona con lo que nos muestran, para que no nos ironicen y como estamos llenos de afectos y de sentimientos, no vaya a ocurrir que salgamos heridos o desilusionados.
Más de una vez habrá podido oír que “la primera impresión es la que vale”, pero en algún momento usted ha tenido a la vista un dibujo o una figura y a primera impresión percibe una cosa, pero luego de una segunda observación advierte que no era lo que inicialmente apreció, por tratarse de otras figuras adicionales. Justamente así ocurre en repetidas ocasiones con los seres humanos, hay quienes muestran un comportamiento o una actitud en público, mientras esconden lo que realmente predomina en su personalidad.
Algo como cubrirse el rostro con un pasamontañas, o ejemplos de la ficción, como el respetuoso Dr. Merengue y su otro yo un irreverente; Clark Kent un pusilánime y Superman el hombre de acero; Don Diego un inseguro y el Zorro un temerario, quienes alternaban entre una y otra personalidad pero donde invariablemente una era la dominante – la esencia y no la apariencia -. Y aun cuando salvo el primero, se trata de héroes, también existen antihéroes.
Hay quienes materialmente no se colocan un disfraz, pero si esconden hábilmente su real personalidad, mostrando solo aquella imagen que les conviene según las circunstancias. A veces, nos llevamos un chasco al juzgar a las personas por las apariencias y mutilamos inicialmente la correcta percepción. En ocasiones la apreciación que uno se forja de alguien, dista mucho de lo que realmente es y en tal sentido debemos guardar prudencia para no descalificar sin mayores elementos a una persona, pero también para no caer en la trampa y el engaño, por tratarse de un “paquete chileno”.
Quizás las nuevas generaciones no recuerden el cuento “El Diente Roto de Pedro Emilio Coll”, donde Juan Peña una vez que se le partió un diente pasó de ser un granuja a ser un filósofo. Lo que la gente ignoraba era que Juan Peña no estaba cavilando, sino que sólo tocaba insistentemente su diente roto con la lengua y todos especularon que era un gran pensador. Y un tonto fue tenido por sabio, sin que la gente discerniera entre su figura y su fondo. De igual modo una persona sinvergüenza o deshonesta puede ataviarse con un fondo para esconder su figura y utiliza la figura como el fondo, cuando su fondo es la figura. Y en sentido inverso también podemos equivocarnos juzgando a las personas por su apariencia, como cuando se adelanta un mal juicio sobre un libro viejo y roto, sin conocer su contenido y esencia. O cuando nos equivocamos al decir sobre la exquisitez de un plato sin haberlo probado y nos resulta rancio, amargo, agrio o insípido al paladar.
Capítulo II
Nuestros actos nos definen
Del pensamiento de Publio Terencio Africano evocamos: “Soy humano y todo lo que es humano no me es ajeno”. No importa quiénes somos por dentro, son nuestros actos los que nos definen. Cuando un ser humano se comporta cual saltimbanqui, para reflejar una imagen que no es la real; siempre la esencia muestra su rostro, independientemente de las acrobacias por esconderlo. Si eres bondadoso o estás lleno de maldad, tus actos te delatan. Y toda acrobacia para ser mejor persona, fructificará en un mejor ser humano. Si el corazón es bueno, la bondad se manifiesta sin ningún esfuerzo; y cuando el corazón es como la hiel, continuamente dejamos un sabor amargo en las relaciones con nuestro prójimo.
¿Pero podría ser un dogma afirmar que somos humanos y por tanto personas y que la cualidad de personas nos garantiza humanidad esencial?
Hay quienes definen a la gente como seres triunos; no por equipararnos con las tres divinas personas, sino porque en la complejidad de la mente humana, en la materialización de sus pensamientos y de sus acciones; cada individuo posee tres personalidades: lo que somos, lo que creemos que somos y lo que los demás piensan que somos. Algo así como remontarnos al problema del ser en la ontología aristotélica en el deslinde de las disciplinas científicas.
Y cabría preguntarnos: ¿Cuál es el concepto que tenemos de nosotros como personas y cual nuestra finalidad para trascender como seres humanos?, ¿Qué nos diferencia de los demás personas? , y ¿Qué clase de personas somos?
Cuando mentimos o engañamos, o nos aprovechamos de la bondad o la credulidad de otros, o nos valemos de nuestras profesiones u ocupaciones para satisfacer nuestra egolatría, o en todo caso desquitarnos con otros nuestras “carencias”; no hacemos sino buscar un pretexto para dejar aflorar el verdadero “yo” que administra nuestra vida. Y en igual sentido, cuando aprovechamos nuestras cualidades y posiciones, siendo éstas coadyuvantes para llevar la vida en armonía con todo y con todos; y en vez de exacerbar las carencias de otros, sembramos el pretexto para ser felices, trascendiendo como mejores seres humanos.
Capítulo III
El ejemplo a los hijos
Inevitablemente los hijos van asimilando la conducta de los padres. Rara vez un buen ejemplo resulta contraproducente. Por el contrario, la fortaleza moral con que se desenvuelven los padres constituye el andamiaje donde los hijos cimentan su estrategia de vida, su modo de ver el mundo y su conducta hacia él.
Con malos ejemplos, forjaremos resentidos, sociópatas, psicópatas o mentirosos compulsivos que generan un efecto de huevos de iguanas, como cadenas cuyos eslabones encuentran justificación solo en la concepción mental o pseudo normal copiada de los padres. Su producto final es por lo menos, un mal ciudadano o un hombre o una mujer de estériles aportes al crecimiento social, como una burda y artificial manera de coexistir en una especie de antagonismo funcional a lo bizarro.
El universo familiar se va alimentando de los aportes del padre y de la madre y reforzándose con los aditamentos que recoge de sus miembros, de tal modo que los hijos emulan conductas, porque inicialmente no disciernen lo malo de lo bueno, lo correcto de lo morboso. Van creciendo entronizando lo que los padres hacen o dicen de manera tan natural como el respirar y sin darse cuenta se nutren de la bondad o de la maldad.
Enseñamos a nuestros hijos a caminar a hablar a comer, pero equivocadamente también les transmitimos nuestros defectos y nuestras particulares creencias, pensando que les hacemos un bien. A veces les estamos demoliendo la naturaleza transparente con que vinieron al mundo, configurando en ellos, verdaderos irresponsables, hombres y mujeres sin proyección de lo correcto y de lo respetable, imágenes de una vida de viveza criolla. Devastamos su pureza, dejando en la sociedad clon de un mal ciudadano, de mantenidos, de irreverentes, de personas sin el menor sentido de lo justo y de lo equitativo. Personas que justificando su propia esencia están convencidas de que lo que hacen o dicen es lo que les corresponde en justicia por la habilidad oscura con que pretenden desmembrar el mundo, pavoneándose en él como los dueños de todo y de todos.
Si les damos malos ejemplos a los hijos, estaremos creando criaturas sin respeto a nada ni a nadie. Sin respeto al orden social, sin respeto a las leyes, oportunistas e interesados. Hombres y mujeres que andarán por la vida haciendo y diciendo lo que les viene en gana, sin prudencia. Sin el legado de cultura y civilización que la humanidad ha tardado tanto en conseguir para dejar definitivamente atrás el estado de barbarie. En fin, estaremos haciendo malos ciudadanos y un futuro bizarro en el significado anglo.
Evocando a Lester F. Ward “… el alma humana agregada al cuerpo, semeja una nave, donde el instinto constituye la máquina motora, donde el sentimiento el combustible y el timón la inteligencia desde donde se dirige toda esa embarcación a la consecución de algo bueno y útil”.
Si después de haber cumplido y aportado a los hijos todo cuanto nuestra alma, instinto, sentimiento e inteligencia nos permitieron, para hacer de ellos gente buena y útil y todo nos resulta al revés, nos queda el Señor de los cielos quien escuchará nuestras súplicas.
La integridad de un hombre se mide por su conducta,
no por sus profesiones.
– Juvenal