Fue en San Rafael donde creyó ver aquellos seres, junto a él. Siempre en aquella orilla que lo separaba del inmenso río. De pronto entran gestos de la niñez que ya había olvidado.
En la lejana orilla ve crecer la noche donde sueña estar despierto y pareciera ser a su alrededor.
Una palma se desliza entre el matorral. La voz del eco del Delta se escucha llamándolo y arreciaba la lluvia con un fuerte viento.
El ramaje se deja ver con frutos tan naturales. El hombre tuvo que callar mientras esperaba ilusionadamente, a su amor.
Esa vez soplaba un viento silencioso y ninguna cigarra se oyó pasar por aquel lugar y todavía él esperaba, mientras algún carrao se mirase pasear en el entorno.
El hombre elegante, tomó inmediatamente su caballo. Y estaba vestido de blanco trayendo en su mano una rosa.
Y entre los caimitos se observa a una jovencita sonriente y muy picaresca, donde las hermosas enredaderas le cubrían el cuerpo y solo se dejaba ver su rostro.
El joven que cabalga se aproximaba cada vez más al encuentro y así sucedió. Y al verla dijo estas frases que parecían una poesía: “contemplarte siempre, en estas noches de sombras, significa para mí algo muy profundo. Que no puedo explicarte, me siento como el espejismo del agua que captura las ramas de los grandes árboles.
Es la ilusión de mis noches poder verte”. Se bajó del caballo la abrazó y tomando los caimitos se besaron probando así el dulzor entre sus labios.
Noviembre 2016
Emir Balza